Lo realmente importante es mantener una buena nutrición antes, durante y después del tratamiento oncológico. El estado nutricional influye directamente en la tolerancia a las terapias, la recuperación, la calidad de vida e incluso en la supervivencia.
Alimentación Oncológia
Por Oncoclinic
4 julio, 2025
Introducción: Una de las primeras preguntas que suelen hacerse muchos pacientes con cáncer es: “¿Qué puedo o no puedo comer?”. Abunda tanta información (y desinformación) sobre la relación entre alimentación y cáncer, que es fácil confundirse. Algunas personas llegan a eliminar por completo ciertos alimentos de su dieta con la esperanza de “combatir” el tumor, sin saber que seguir dietas demasiado restrictivas por cuenta propia puede ser muy peligroso. Por el contrario, mantener una nutrición adecuada antes, durante y después de los tratamientos oncológicos es crucial para el éxito de las terapias y la recuperación del paciente.
A continuación, explicamos de forma clara y accesible por qué la alimentación es tan importante en el manejo del cáncer, cuáles son los riesgos de las dietas extremas sin supervisión médica, y brindamos recomendaciones prácticas y empáticas para pacientes oncológicos y sus familias.
Hoy en día se habla muchísimo del vínculo entre la dieta y el cáncer, aunque no siempre con rigor. Circulan numerosas teorías y “dietas anticáncer” en Internet – desde la cetogénica o “dieta keto” (alta en grasas y muy baja en carbohidratos) hasta regímenes de ayuno en diversas formas (ayuno intermitente, ayuno prolongado, dietas tipo Gerson, alcalinas, macrobióticas, veganas estrictas, etc.). La idea detrás de muchas de estas dietas es “matar de hambre” al tumor, privándolo de azúcares u otros nutrientes, con la esperanza de frenar su crecimiento y mejorar la eficacia de la quimioterapia o radioterapia. En estudios de laboratorio con células y animales se han visto algunos indicios que relacionan el metabolismo de ciertos nutrientes con el de las células tumorales.
Sin embargo, hasta la fecha no existe evidencia científica sólida en humanos de que estas dietas extremas mejoren la supervivencia o la respuesta al tratamiento oncológico. De hecho, los expertos en oncología y nutrición advierten que las “modas” alimentarias como el ayuno (incluso el ayuno intermitente) o dietas muy bajas en carbohidratos no se recomiendan en la gran mayoría de pacientes con cáncer, especialmente si hay riesgo de malnutrición. Estas intervenciones deben considerarse solo en estudios clínicos o casos muy seleccionados, siempre bajo estricto control médico, pues para muchos enfermos resultan contraproducentes y peligrosas. En otras palabras, intentar “combatir” el cáncer con dietas drásticas sin supervisión puede terminar debilitando al paciente más que al tumor.
Por el contrario, mantener un buen estado nutricional es parte fundamental del tratamiento oncológico. Los oncólogos enfatizan que llegar a las terapias en las mejores condiciones nutricionales posibles, y sostener una alimentación adecuada durante y después del tratamiento, influye positivamente en el éxito de las terapias y en la recuperación. Una nutrición óptima ayuda al paciente a tolerar mejor los efectos secundarios, a responder de forma más favorable a los medicamentos y a reincorporarse antes a una vida activa.
Dieta Paciente Oncologico
Muchas personas con cáncer, al buscar cómo ayudar en su propia curación, optan por eliminar “por las dudas” numerosos alimentos de su dieta. Es común que circulen mitos como “el azúcar alimenta al cáncer” u opiniones de que “es mejor no comer carbohidratos, carne roja, lácteos,” etc. Lamentablemente, miles de pacientes adoptan por su cuenta prohibiciones dietéticas absolutas sobre azúcares, panes, pastas o carnes procesadas, convencidos de que así frenarán el avance del tumor. Esta decisión, sin respaldo médico, es insensata y puede exponerlos a un peligro mucho mayor y frecuente en el cáncer: la malnutrición por pérdida excesiva de peso.
Cuando una persona con cáncer se desnutre o pierde mucha masa muscular, el pronóstico de su enfermedad empeora considerablemente. Estar malnutrido se asocia a mayor riesgo de complicaciones y a menor efectividad de las terapias. Por ejemplo, los pacientes desnutridos tienen más probabilidades de sufrir complicaciones quirúrgicas; responden peor a la quimioterapia o radioterapia y sufren más toxicidad por estos tratamientos, lo que a veces obliga a suspenderlos temporalmente; además, pasan más días hospitalizados y son reingresados con mayor frecuencia.
La calidad de vida también se ve seriamente afectada. Las estadísticas señalan que la malnutrición es tan determinante que cerca de uno de cada cuatro pacientes con cáncer muere a causa de ésta y no directamente por el tumor. En otras palabras, la desnutrición puede ser la causa subyacente del fallecimiento hasta en un 20% de los casos.
Debido a lo anterior, seguir una dieta estricta sin indicación médica –por ejemplo, eliminando por completo grupos enteros de alimentos– es sumamente arriesgado en el contexto oncológico. Lejos de “matar de hambre” solo al cáncer, el paciente podría estar privando de nutrientes vitales a todo su organismo. La pérdida acelerada de peso y masa muscular (caquexia) debilita el sistema inmunitario, favorece infecciones y empeora la tolerancia a cualquier. Por ello, nunca se debe emprender una dieta radical o un ayuno prolongado sin consultarlo antes con el oncólogo o un nutricionista especializado. Cada paciente es distinto: lo que come un enfermo de cáncer debe adaptarse a sus necesidades individuales, teniendo en cuenta su estado nutricional, el tipo de tumor y los tratamientos que esté recibiendo.
El principal desafío nutricional en oncología es garantizar que el paciente ingiera suficientes calorías y proteínas para evitar una pérdida de peso excesiva durante el curso de la enfermedad y los tratamientos. Esto puede ser difícil, ya que los propios síntomas del cáncer y los efectos secundarios de las terapias suelen afectar el apetito y la alimentación: muchos pacientes experimentan pérdida del apetito, náuseas frecuentes, alteraciones del gusto, inflamación o llagas en la boca, dificultades digestivas, diarrea o estreñimiento durante la quimioterapia o radioterapia. Además, factores emocionales como la ansiedad, el miedo o la depresión pueden influir y reducir las ganas de comer. Todo esto contribuye a la malnutrición, formando parte de lo que se conoce como síndrome de caquexia del cáncer.
Para dimensionar el problema: se estima que alrededor de un 30% de los pacientes oncológicos ya presentan desnutrición (o están en riesgo de desarrollarla) en el momento del diagnóstico. Y conforme avanza la enfermedad o se encadenan varias series de tratamientos, la desnutrición se vuelve muy común, llegando a afectar a entre el 60% y el 80% de los pacientes en etapas avanzadas del cáncer. Ciertos tipos de tumores, como los de páncreas, esófago, estómago o cabeza y cuello, conllevan especialmente un alto riesgo de desnutrición debido a su localización y a las dificultades para comer que provocan.
Dada esta realidad, los especialistas insisten en que el estado nutricional debe evaluarse desde el inicio, como si fuese un “signo vital” más, al igual que la tensión arterial o el pulso. Es fundamental pesar al paciente regularmente desde la primera consulta y durante todo el proceso, para detectar pérdidas de peso significativas lo antes posible. Idealmente, el equipo oncológico debería incluir o derivar a un nutriólogo o dietista clínico, que aconseje al paciente y a su familia sobre la alimentación más apropiada en cada fase del tratamiento. Recibir indicaciones claras desde el principio —sobre qué comer y qué evitar en función de síntomas específicos— puede marcar una gran diferencia.
La buena noticia es que existen muchas estrategias y “remedios” para manejar los efectos secundarios como las náuseas, la diarrea, la falta de apetito u otros trastornos que interfieren con la alimentación. El médico puede prescribir medicamentos específicos (por ejemplo, antieméticos para las náuseas, suplementos nutricionales, etc.), pero también hay medidas dietéticas sencillas que ayudan a sentirse mejor. Si pese a todos los esfuerzos una persona con cáncer no consigue alimentarse lo suficiente por vía oral, existen apoyos nutricionales como suplementos hiperproteicos/calóricos, e incluso, en casos necesarios, nutrición por sonda o intravenosa. El objetivo siempre será prevenir la desnutrición o tratarla a tiempo, evitando que el paciente llegue a una situación de debilidad extrema.
En resumen, una alimentación adecuada es un pilar esencial del tratamiento oncológico. No se trata de buscar dietas milagrosas, sino de asegurar que el cuerpo reciba los nutrientes necesarios para tolerar las terapias y combatir la enfermedad. A continuación, ofrecemos algunas recomendaciones prácticas para ayudar a los pacientes con cáncer a mantener un buen estado nutricional y manejar los síntomas comunes que pueden dificultar la ingesta de alimentos.
Cada paciente con cáncer es único y sus necesidades nutricionales pueden variar. Por eso, siempre se debe consultar con el equipo médico antes de hacer cambios drásticos en la dieta. Dicho esto, existen consejos generales avalados por especialistas que pueden ayudar a la mayoría de los pacientes oncológicos a alimentarse mejor durante el tratamiento. Estas recomendaciones buscan prevenir la pérdida de peso y masa muscular, así como aliviar síntomas como las náuseas, la diarrea o la falta de apetito, contribuyendo a que el paciente se sienta más fuerte y pueda continuar con sus terapias.
Alimentación balanceada y rica en nutrientes: Procura llevar una dieta variada que incluya todos los grupos de alimentos (proteínas, carbohidratos, grasas saludables, vitaminas y minerales). Durante el tratamiento, es más importante aún obtener suficientes calorías y proteínas para mantener el peso. Incluye en cada comida alguna fuente de proteína de alto valor biológico (carnes magras, pollo, pescado, huevos, lácteos) o proteínas vegetales (legumbres, frutos secos, tofu), ya que ayudan a preservar la masa muscular.
Comer con mayor frecuencia: Si las porciones normales te llenan demasiado o te cuesta terminarlas, prueba a realizar comidas más pequeñas pero frecuentes a lo largo del día. Por ejemplo, en lugar de tres comidas grandes, haz 5 a 6 comidas ligeras (desayuno, media mañana, almuerzo, merienda, cena y algún tentempié). De esta forma, tendrás un aporte constante de energía y nutrientes sin sentir el estómago demasiado lleno.
Alimentos densos en energía: Cuando el apetito es escaso, conviene aprovechar los momentos en que sí se puede comer para ingerir alimentos altos en calorías y proteína en poco volumen. Algunas ideas son: batidos nutricionales (smoothies) con leche o yogur, fruta y frutos secos; sopas o cremas enriquecidas (por ejemplo, añadir queso, huevo o pollo desmenuzado a las sopas); puré de papas con queso o mantequilla; frutos secos o crema de cacahuate untada en tostadas; y postres como pudines, helados o yogur griego, que aportan calorías y proteínas de forma. Si el médico lo recomienda, también se pueden usar suplementos nutricionales orales (tipo bebidas enriquecidas) para complementar la dieta.
Evitar restricciones innecesarias: A menos que tu médico te haya indicado lo contrario por alguna razón específica, no elimines por completo alimentos por temor a “alimentar” al tumor. Recuerda que es más peligroso no nutrir a tu propio organismo. Por ejemplo, si bien es conveniente limitar el exceso de azúcares y llevar una dieta equilibrada, no debes prohibirte totalmente carbohidratos como arroz, pasta, pan o frutas, ya que son fuentes importantes de energía. De igual modo, si comes carne, no la excluyas del todo sin asesoramiento, porque es una fuente valiosa de proteínas y hierro. Desconfía de las dietas extremas que prometen curas milagrosas; tu prioridad debe ser mantenerte fuerte para afrontar el tratamiento.
Actividad física moderada: Si tu estado lo permite, intenta mantenerte físicamente activo de forma ligera o moderada, ya que el ejercicio (adecuado a tus fuerzas) puede ayudar a estimular el apetito, mejorar el estado de ánimo y preservar la masa muscular. Algo tan sencillo como dar un paseo breve cada día, según tus energías, puede contribuir a que tengas más hambre a la hora de comer. Siempre consulta con el médico qué nivel de actividad es seguro para ti.
Apoyo de familiares o cuidadores: Es común que los pacientes con cáncer pierdan el interés por la comida. En estos casos, la ayuda de la familia puede ser importante: por ejemplo, preparando sus platillos favoritos o variando las recetas para hacerlas más atractivas. Crear un ambiente agradable a la hora de comer (sin prisas, sin malos olores, quizá con música suave de fondo o en compañía de algún ser querido) puede hacer más llevadero el momento de la comida. No obstante, los cuidadores deben evitar forzar al paciente a comer cuando se siente incapaz; es preferible ofrecer alimentos fáciles de digerir en otro momento o en pequeñas cantidades con más frecuencia.
Las náuseas (sensación de querer vomitar) y los vómitos son efectos secundarios muy comunes de la quimioterapia y otros tratamientos. No solo son molestos, sino que pueden dificultar seriamente la nutrición. Algunos consejos para manejarlos son:
Porciones pequeñas y comidas suaves: Cuando haya náuseas, es mejor comer poco, pero a intervalos frecuentes, en lugar de tres comidas grandes. Tener el estómago vacío puede empeorar las náuseas, así que intenta picar algo ligero cada 2-3 horas aunque no tengas mucha hambre. Elige alimentos fáciles de digerir y con sabores suaves: por ejemplo, galletas saladas tipo crackers, tostadas, arroz blanco, puré de patatas, caldo de pollo, gelatina, yogur natural, compota de manzana o plátano maduro. Preparaciones frías o a temperatura ambiente suelen caer mejor que los platos muy calientes (los alimentos fríos despiden menos olor).
Evitar grasas y fritos: Las comidas muy grasosas o fritas, así como las condimentadas o picantes, tienden a retrasar la digestión y pueden empeorar las náuseas. Por eso, conviene evitar frituras, salsas pesadas, embutidos grasos, quesos muy curados, nata, etc. en los días en que te sientas con el estómago revuelto. Es preferible cocinar al vapor, al horno o a la plancha con recetas sencillas, sin olores fuertes.
Ambiente ventilado y sin olores: Los olores intensos de cocina (como el de ciertos guisos, coliflor, pescado frito, etc.) pueden desencadenar náuseas. Trata de mantener la zona donde comes bien ventilada y fresca, y si es posible pídele a otra persona que cocine por ti cuando te sientas mal. También puedes utilizar cubiertos de plástico en lugar de metálicos si percibes sabor metálico en la boca (efecto común de la quimioterapia).
Hidratación en sorbos: Intenta beber líquidos claros y fríos a pequeños sorbos durante todo el día, para mantenerte hidratado sin sobrecargar el estómago. Opciones recomendadas son agua fría, infusiones suaves (jengibre o menta, que ayudan a las náuseas), aguas saborizadas caseras, ginger ale o refresco de jengibre sin cafeína, caldos claritos o jugo de manzana diluido. Evita las bebidas gaseosas con mucho azúcar o cafeína, y no tomes grandes cantidades de líquido de golpe. Mejor no beber durante las comidas principales, sino entre horas, para no llenarte demasiado.
Remedios caseros seguros: Algunas personas encuentran alivio chupando trozos de hielo o helados de fruta, especialmente si hay sequedad o mal sabor de boca. Chupar caramelos de menta o limón también puede refrescar y quitar el mal sabor metálico que a veces dejan los medicamentos. El jengibre es un conocido aliado contra las náuseas: se puede probar a beber té de jengibre frío, ginger ale, o comer galletas con jengibre en pequeñas cantidades (siempre consulta antes con tu médico, pero en general el jengibre en moderación es seguro y suele ayudar).
Después de comer, descansa: Tras ingerir alimentos, procura reposar sentado con la espalda erguida por al menos 30-60 minutos. Evita acostarte inmediatamente después de comer, ya que eso puede precipitar náuseas o reflujo. Mantener ropa holgada, especialmente alrededor del abdomen, también ayuda a no provocar malestar.
Medicamentos y control médico: No dudes en comentar con tu oncólogo las náuseas y vómitos; hoy en día existen medicamentos antináusea muy efectivos que deben formar parte de tu tratamiento de soporte. Si a pesar de todo llegas a vomitar y los vómitos persisten por más de 24 horas a pesar de la medicación, informa de inmediato al médico. Podrías deshidratarte rápidamente, así que es posible que necesites suero intravenoso o ajustar tus fármacos. Nunca te auto-mediques sin consultarlo antes, pero tampoco sufras en silencio: el equipo de salud puede ayudarte a controlar este síntoma.
Cuando los vómitos cesen, reintroduce alimentos de manera gradual: primero líquidos claros, luego dieta blanda (arroz, purés, pasta hervida) y finalmente vuelve a tu alimentación normal según te vayas sintiendo mejor
La diarrea en pacientes con cáncer puede tener varias causas: puede deberse a ciertos quimioterápicos, a radioterapia en el área abdominal, a infecciones, a la propia enfermedad o incluso a suplementos vitamínicos o hierbas. Sea cual sea la causa, la diarrea prolongada es seria porque provoca deshidratación, pérdida de electrolitos, debilitamiento y pérdida de peso. Algunos consejos para sobrellevarla:
Hidratación y electrolitos: Igual que en el caso de las náuseas, es importante beber líquidos continuamente para reponer lo que se pierde. Toma sorbos frecuentes de agua, infusiones suaves, caldos salados (el sodio ayuda a retener líquido) o bebidas rehidratantes tipo suero oral. Puedes preparar en casa agua con un poco de sal y azúcar, o bebidas isotónicas diluidas, si tu médico lo aprueba. Evita el alcohol y la cafeína (nada de café fuerte, té negro, refrescos cola) porque pueden empeorar la diarrea al ser diuréticos e irritantes.
Dieta astringente (baja en fibra): Mientras tengas diarrea, conviene consumir alimentos que “estriñan” o sean fáciles de digerir, y evitar temporalmente los que estimulan mucho el intestino. Clásicamente se recomienda la dieta BRAT por sus siglas en inglés (Banana, Rice, Applesauce, Toast), que significa plátano, arroz, compota de manzana y pan tostado. Estos alimentos son pobres en fibra insoluble y ayudan a endurecer las heceses. También puedes incluir patata cocida, zanahoria cocida, pechuga de pollo o pavo hervida (sin piel ni grasa), pescado blanco a la plancha, galletas tipo crackers, gelatina y yogur natural (si toleras los lácteos fermentados). En general, come alimentos suaves, sin muchas grasas ni condimentos, en porciones pequeñas distribuidas a lo largo del día.
Evitar alimentos irritantes: No consumas aquello que pueda empeorar la diarrea. Esto incluye: comidas muy ricas en fibra insoluble (panes y cereales integrales, salvado, legumbres enteras, verduras crudas fibrosas), frutas crudas con piel o muy laxantes (ciruela, kiwi), frutos secos, picantes o comidas muy condimentadas, frituras, lácteos enteros (leche, quesos cremosos) y edulcorantes artificiales en exceso (por ejemplo, el sorbitol de algunas golosinas o chicles puede tener efecto laxante). También los dulces concentrados y bebidas azucaradas pueden agravar la diarrea en algunas personas, al atraer agua al intestino.
Reposo intestinal relativo: Mientras tengas diarrea intensa, trata de darle un “descanso” a tu sistema digestivo. Esto no significa dejar de comer, sino alimentarte con comidas muy ligeras, casi como de convaleciente. Si el médico lo indica, quizás un día de dieta líquida o semisólida (caldos, gelatinas, purés) puede ser útil. A medida que la diarrea vaya cediendo, reintroduce gradualmente alimentos con un poco más de fibra soluble, como puré de manzana, avena cocida o guineo (banano) maduro, para normalizar el tránsito.
Cuándo buscar ayuda: Si la diarrea es muy abundante (más de 3-4 evacuaciones líquidas al día) o dura varios días, informa al equipo médico. Puede que necesites suplementos de electrolitos, medicamentos antidiarreicos o investigar la causa (por ejemplo, descartar una infección intestinal). No te automediques con fármacos antidiarreicos sin orientación, especialmente si hay fiebre o dolor intenso, porque podría ser una infección que requiera otro abordaje.
Además, mantén una buena higiene para evitar infecciones: lava bien tus manos, frutas y verduras (aunque temporalmente consumas más cocidas que crudas), y extrema la limpieza si usas el baño con frecuencia.
La falta de apetito (anorexia) es otro problema muy frecuente en pacientes con cáncer. A veces es consecuencia directa del tratamiento o la enfermedad, y otras veces se debe al estado emocional. Sea cual sea la causa, no tener ganas de comer puede llevar rápidamente a la desnutrición, por lo que hay que intentar trucos para estimular el apetito y asegurar algún consumo de alimentos:
Comer sin reloj ni normas rígidas: Escucha a tu cuerpo. Si no tienes hambre a la hora “típica” de almorzar, tal vez más tarde sí toleres una merienda nutritiva. No pasa nada si te sales de los horarios habituales; lo importante es ingerir lo necesario a lo largo del día. Mantén siempre a mano algún tentempié saludable que te apetezca (por ejemplo, frutos secos, una compota de frutas, una barrita de cereal, queso suave, galletas saladas) para ir picando cada vez que sientas un poco de hambre, en lugar de forzarte con un gran plato que te abrume.
Alimentos que abren el apetito: Intenta comenzar las comidas con algo que te resulte agradable al paladar. Por ejemplo, un caldo suave o jugo de limón diluido pueden estimular las secreciones digestivas. Algunas personas sienten más apetito si toman un pequeño paseo antes de comer o hacen respiraciones al aire libre. También ayuda presentar la comida de forma apetecible, con colores variados y buena temperatura (ni muy fría ni muy caliente). Si notas alteraciones del sabor debido a la quimioterapia (por ejemplo, ciertos alimentos te saben amargos o metálicos), puedes probar a marinar las carnes con jugo de limón o hierbas para mejorar su sabor, o agregar salsas suaves (tipo bechamel ligera, puré de manzana) que humedezcan los alimentos y faciliten su deglución.
Enriquecer las comidas: Cuando comes poco, cada bocado cuenta. Por eso, enriquece tus comidas para que aporten más nutrición en menos volumen. Puedes agregar leche en polvo o proteína en polvo a atoles, purés o batidos; aceite de oliva, mantequilla o crema extra a sopas y purés si los toleras; miel o leche condensada a un yogur o a la avena; queso rallado extra a la pasta o los vegetales; huevo picado a las cremas de verdura, etc. Estos pequeños añadidos aumentan las calorías y proteínas sin tener que comer un plato enorme.
Fraccionar y elegir los momentos “buenos”: Identifica las horas del día en que tienes un poco más de ganas de comer (por ejemplo, hay pacientes que sienten más apetito por la mañana, y otros hacia la noche). Aprovecha esas ventanas para hacer tu comida principal. En los momentos de inapetencia total, concéntrate en mantenerte hidratado y tomar algo de aporte calórico aunque sea líquido, como un batido, una sopa colada o un jugo.
Actividad física y descanso: Curiosamente, como mencionamos antes, algo de actividad física puede estimular el apetito. Si tus fuerzas lo permiten, una caminata corta o algunos ejercicios suaves antes de la comida podrían abrir el apetito. También asegúrate de descansar lo suficiente; la fatiga extrema quita las ganas de comer, así que dormir bien por la noche o echar siestas reparadoras puede ayudarte a sentirte con más ánimo para alimentarte.
Apoyo profesional: Si la pérdida de apetito es severa y estás bajando de peso rápidamente, coméntalo con tu médico. Existen estrategias médicas: a veces se recetan estimulantes del apetito (ciertos fármacos) o suplementos nutricionales especiales para prevenir la desnutrición. Un nutricionista oncológico puede brindarte un plan personalizado, con recetas e ideas adaptadas a tus gustos y limitaciones. No estás solo en esto: buscar ayuda es importante.
Finalmente, ten en cuenta que los sabores y antojos pueden cambiar durante el tratamiento. Algo que antes te gustaba puede desagradarte temporalmente, y viceversa. Esto es normal. Sé flexible contigo mismo: come lo que te apetezca dentro de lo saludable, y no te culpes si hay días en que apenas puedes comer un poco de arroz con pollo y nada más. Cada pequeño esfuerzo suma. Con el tiempo y al terminar las terapias, el apetito suele ir mejorando.
Conclusión: Una nutrición adecuada no cura el cáncer por sí sola, pero sí marca una gran diferencia en cómo el paciente sobrelleva la enfermedad. Estar bien alimentado ayuda a tolerar mejor los tratamientos, reducir complicaciones y mejorar la calidad de vida. En contraste, la malnutrición es un enemigo silencioso que compromete seriamente las posibilidades de superar la enfermedad. Por eso, la alimentación del paciente con cáncer debe ser atendida con el mismo cuidado que otros aspectos de su tratamiento. Ante cualquier duda, es esencial consultar al oncólogo o a un dietista especializado, quienes pueden dar recomendaciones basadas en evidencia científica y adaptadas a cada caso. Con apoyo médico y familiar, y aplicando estos consejos prácticos, es posible “ganarle la batalla” a la desnutrición asociada al cáncer. Cuidar la dieta durante la lucha contra el cáncer es, en definitiva, otra forma de darse vida y esperanza a uno mismo.